Se definen como tecnologías disruptivas aquellas tecnologías o innovaciones que conducen a la desaparición de productos, servicios que utilizan preferiblemente una estrategia disruptiva frente a una estrategia sostenible, a fin de competir contra una tecnología dominante buscando una progresiva consolidación en un mercado. Aunque inicialmente el término proviene de la Economía, actualmente comienza a tener mucha importancia a la hora de plantear estrategias de desarrollo en los departamentos de I+D de muchas compañías.
De manera general las tecnologías disruptivas pueden clasificarse como tecnologías de bajas prestaciones ('lower-end') en inglés y tecnologías de nuevo mercado. Una innovación de nuevo-mercado es usualmente lanzada hacia los denominados mercados de no-consumo, donde los clientes comienzan a utilizar un producto o servicio que antes no utilizaban (ej. sistemas GPS), o gracias a la accesibilidad que proporciona la nueva tecnología a usuarios que no tenían acceso a un producto (desarrollo de la producción en cadena en la industria automovilística), o la des-centralización de la ubicación de un servicio (ej. telefonía fija frente a telefonía móvil).
La mayoría de estas tecnologías ya son parte de nuestra vida cotidiana, aunque en una escala comparativamente modesta en relación con su tamaño e impacto potencial. Consecuentemente, las tecnologías que McKinsey analiza no son especulaciones tomadas de un libro de ciencia ficción, sino tendencias económicas que ya se están manifestando y cuya evolución y difusión a mercados masivos se puede pronosticar con un rango de error razonablemente pequeño. Ejemplos de lo anterior son el internet móvil, “la nube” de datos, y el uso de sistemas de inteligencia artificial para automatizar decisiones que normalmente requieren la intervención de personas. Todas estas tecnologías ya están disponibles en el mercado, pero todavía están lejos de agotar su potencial económico.
En la lista de tecnologías disruptivas hay otras que todavía están en fase experimental, previa a su introducción a mercados masivos. Un ejemplo de lo anterior es la automatización de vehículos de transporte para que operen en forma autónoma. La tecnología en cuestión está basada en una combinación de sensores sofisticados (láser, radar, GPS y visión computarizada) e internet. Todos estos dispositivos ya existen, pero aún no se ha autorizado su uso en autos autodirigidos, aunque ya han superado docenas de pruebas controladas. Previsiblemente, esto sucederá dentro de poco tiempo, puesto que el Secretario de Transporte del Gobierno federal está promoviendo su adopción. Por ello, McKinsey estima que en 2025 habrá unos 900 millones de estos vehículos en circulación.
El impacto potencial de cada una de estas tecnologías disruptivas es enorme. Por ejemplo, la firma de consultoría estima que la introducción de los vehículos autónomos liberará millones de horas-hombre para usos alternativos de mayor valor económico. El valor estimado podría superar el billón de dólares en 2025, o sea, un monto parecido al PIB actual de México. La automatización del transporte también podría reducir el número de accidentes de tránsito y mejorar la eficiencia de los vehículos en circulación.
Los cambios en cuestión serán disruptivos. Las empresas que primero aprovechen estas tecnologías tendrán la oportunidad de redefinir su modelo de negocio y establecer ofertas innovadoras más competitivas y eficientes. Las que se rezaguen o resistan a estos cambios, gradualmente irán perdiendo competitividad y participación de mercado.
Los cambios arriba descritos tienen fuertes implicaciones para el diseño y manejo de políticas públicas. Por ejemplo, para capturar el valor que hay en el uso más intensivo del internet móvil, es indispensable optimizar el uso del espectro radioeléctrico. En México, la televisión abierta ocupa una proporción muy elevada de este espectro en aplicaciones de bajo valor económico. Para detonar su uso en aplicaciones de mayor valor económico se debe abreviar al máximo el periodo del “apagón digital”. Por cierto, el espectro en cuestión también servirá para capturar el valor de otra de las tecnologías disruptivas analizadas en el reporte, el “internet de las cosas” (uso constante del internet para monitorear y optimizar el uso de insumos económicos y activos). El valor económico potencial de esta tecnología es enorme, potenciarla también dependerá de políticas públicas que fomenten el desarrollo comercial del internet en el País.
Para capturar el valor potencial de la mayoría de las innovaciones disruptivas planteadas en el reporte se requieren políticas públicas que proactivamente despejen el camino para facilitar y acelerar su adopción. Los casos arriba descritos son sólo la punta del iceberg. Si persisten las demoras en la resolución de temas relacionados con la operación del mercado de telecomunicaciones, persistirá el rezago de este sector.
El marco regulatorio del mercado de telecomunicaciones no es el único que se debe reformar. El desarrollo de dos otras tecnologías disruptivas (fuentes renovables de energía y petróleo de lutitas) también dependerá de la calidad de las leyes secundarias que se aprueben.
El País tiene menos de una década para hacer frente a los cambios transformacionales descritos en el reporte de McKinsey. El documento en cuestión es sumamente importante y presenta una síntesis muy útil para los que toman decisiones sobre cambios que transformarán a la economía global.